Apenas hemos dormido en toda la noche. Tuvimos que llevar las maletas hasta los ascensores ya que la recogida se había hecho a su hora. Afortunadamente el personal encargado se portó de forma comprensiva con nosotros, que nos deshacíamos en disculpas. Nos dicen que los últimos pasajeros llegaron a sus camarotes cerca de las cinco de la mañana.
Cuando dieron las seis, ya estábamos levantados, a las 6:30, el equipaje de mano estaba en consigna y a las siete, el camarote estaba libre.
Vamos a desayunar y a coger fuerzas para un día que va a a ser largo. Somos tres grupos los que vamos en la excursión, que se retrasa media hora. No vamos a salir a las 7:30 como estaba previsto, sino a las ocho.
Nos embarcamos en el vaporetto y, oh sorpresa, nos llevan por la Guidecca en vez de hacerlo por el Gran Canal. Es más rápido por aquí, nos dicen. Ni siquiera es más barato, parece que hay prisas.
Nos llevan hasta San Marcos y la guía nos va describiendo lo que sabe todo el mundo. O al menos eso es lo que me pareció, no sé si debido al cansancio o al cabreo enfado.
Me entretengo más de lo prudente admirando la portada de la Catedral (ni soñar con entrar a verla), no me interesan el Campanil, ni la perspectiva de la plaza, ni siquiera el Palazzo Duccale. Es tan, tan bonita que hasta olvido, por un momento, lo del Gran Canal. Todo ello a pesar de que está en obras y no es posible admirarla en todo su esplendor.
Nos conceden diez minutos de asueto "para hacer fotos". Y ahora resulta que ¡Maldita sea! me estoy quedando sin pilas y las buenas, las cargadas, están en la maleta que se llevaron anoche.
(Y la culpa es mía, solo mía).
Intento ahorrar todo lo que puedo porque quiero dejar alguna foto para el paseo en góndola. Afortunadamente me administré bien y anduve justo.
Pasados los "diez minutos", hay gente que no llega al lugar de encuentro para continuar la visita. La guía cuenta y recuenta, por fin, todos. Tanto ha contado que me quedo con la cifra: Somos 26 en el grupo.
Vamos hacia el embarcadero de las góndolas y paramos un momento ante el Puente de los Suspiros. Nada romántico ¿Eh? El puente une el Palazzo Duccale con las mazmorras de la Inquisición y recibe ese nombre por los lamentos de los presos que, al cruzar el Puente, sabían que veían la luz del día por última vez en su vida.
Llegamos al embarcadero de las góndolas. En cada una pueden viajar 6 personas.Sujeto a Mary Paz por el brazo y nos quedamos los últimos de la fila, le recuerdo que fui profesor de Matemáticas y que 26 no es divisible entre 6 y que si tenemos un poquito de suerte, vamos a tener góndola para nosotros solitos.
Bueno, al menos las últimas cuatro parejas nos hemos repartido entre las dos últimas embarcaciones y no vamos solos; pero sí cómodos. Eso si, haciéndoles la" pugneta" a esos dos tortolitos con aspecto de recién casados con los que compartimos viaje.
El gondolero, ni lleva camiseta de rayas azules, ni nos canta "Oh, Sole mío". No para de reñirme porque dice que me muevo mucho y que lo voy a echar al agua. ¡Lo único que he hecho ha sido intercambiar las cámaras con nuestros compañeros para las respectivas fotos!
Advierto: La góndolas no andan verticales, tienen una ligera inclinación hacia la izquierda por lo que la borda de babor está más cerca del agua que la de estribor. ¿Me explico? Parece ser con la intención de compensar la tracción de un solo remo.
"Cutre" es el neologismo que se utiliza actualmente para describir lo sórdido, lo feo, lo obsceno, los lóbregos rincones que nos enseñaron. Las puertas traseras de los edificios, los canales secundarios más sucios, los de las basuras flotando. Y es cierto, Venecia huele mal; pero es por estos rincones. Y dicen que eso es romántico.... ¡Ja!
Si alguna vez volvemos, prometo no volver a meterme en una góndola.
A las diez de la mañana la excursión había terminado. Recogimos los equipajes, tomamos un bocado y partimos rumbo a aeropuerto Marco Polo.
Advertencia. En la zona de embarque de este aeropuerto, solo hay una cafetería y no tiene sitio para sentarse a tomar el café. Hay que irse a los clásicos asientos de las salas de espera, sin mesas, y tener el vaso todo el tiempo en la mano.
Un vuelo rápido y relativamente corto nos deja en Barajas a primera hora de la tarde. No hay control de pasaportes, por lo que pasamos directamente a las cintas de recogida de equipajes. Tardamos una hora en ver llegar la primera maleta, pasa una docena o poco más y la cinta se detiene. Diez minutos después vuelven a pasar otras doce o catorce maletas y se vuelve a detener y, allí nos tenéis que entre la salida de la primera de nuestras maletas y la llegada de la segunda pasa un cuarto de hora.
Trescientos kilómetros más y estamos en casa. Justo, justo, se acaba de poner el sol.