domingo, 30 de octubre de 2011

MI BOTELLA DE COÑAC DE CIEN AÑOS.

Casi un año sin fetiches. Algunos me lo habéis recriminado justamente. A ver si consigo ser un poquito más constante.
¿Me perdonáis?
Tengo el placer de presentaros mi botella de coñac de cien años.
Bueno, no es coñac, es brandy. No cuajó aquella idea de los años sesenta de llamarlo jeriñá o jeriñac, de lo que, por otra parte, me alegro. No tiene cien años, cuando se embotelló los cien años los tenía la solera de la que procede y a estas alturas hay que sumarle los trienta años que han pasado desde que pasó a la botella.
El precinto de lacre, y su etiqueta garantizan su edad y la numeración de la botella su limitada producción. Es el ejemplar número 642 de una producción de 4144 botellas y su año de embotellado 1982.
Fue un regalo de una buena amiga por un favor que no lo merecía.
Está sin estrenar. Me inspira mucho respeto, casi miedo abrirla. Despertarlo de tan largo sueño, sin embargo los ángeles no dejan de cobrarse su tributo.
Dice la leyenda que la pérdida de volumen que experimentan las botellas de buen coñac, es "la parte de los ángeles", que vienen periódicamente a comprobar su buen envejecimiento.
Hace ya mucho tiempo que no me tomo una copa de brandy, quizá vaya siendo hora de romper la racha, descorchar la botella y tomarme una buena copa del centenario licor al pie de la chimenea.
Este invierno, si Baco es favorable.